jueves, diciembre 31, 2009

Lecturas victorianas

Durante el pasado puente de diciembre (constitución/concepción), a falta de una perspectiva viajera y a merced del lumbago me vi sumergido en la lectura de un par de obras que descansaban hacía tiempo sobre mi mesilla y por las que sentía cierta inquietud desde hace mucho. Concretemos que mi mesilla no es tal, si no más bien una balda entera de estantería donde voy amontonando los libros que pretendo leer a corto o medio plazo. En este caso se dio la circunstancia añadida de que entre ambas obras existe una (débil) relación más allá de la proximidad temporal en la que fueron creadas. Pero paso a comentar por orden cronológico de lectura.


E. Gaspar - El Anacronópete

Escrita por Enrique Gaspar en 1881 esta obra se plantea como la primera en explorar la temática del viaje en el tiempo, anteponiéndose a La máquina del tiempo de HG Wells, escrita en 1895 y la que siempre se consideró como pionera en este tema. Especializado en teatro, poesía y zarzuela, la obra de Gaspar se caracterizó siemrpe por resultar innovadora y, este libro lo fue de tal forma que no conquistó demasiado al público, cayendocon rapidez en el olvido. Así pues ha permanecido en silencio desde su primera edición en 1887 hasta que más de cien años después fuera rescatada por la editorial Círculo de Lectores (en el año 2000) y más recientemente de la mano de Minotauro. Es con esta última edición con la que me he introducido en este curioso, y hasta a veces entretenido relato que, junto a su cuidada edición de tapa dura incluye unas muy atractivas ilustraciones originales a cargo de Francesc Soler.

Más allá de resultar una obra curiosa por su temática y enfoque, fue quizá por las circunstancias que rodearon su lectura por el que se me antojó un libro pesado y algo peregrino en sus explicaciones y giros argumentales, más cercanos al de una comedia teatral que a la obra de su contemporaneo Julio Verne que quizá uno podría esperar.


El título, por cierto, le viene del nombre del artefacto con el que los protagonistas viajan en el tiempo, y dicho nombre nace de la unión de tres palabras griegas, ana (atrás), cronos (tiempo) y pete (volar), pretendiendo representar la idea de que dicha máquina es capaz de volar (literalmente) hacia atrás en el tiempo. Algo que el autor explica al principio del libro cuando el protagonista explica su origen y funcionamiento. Posiblemente un título así no ayudó demasiado a alcanzar el éxito.

Haciendo gala de su profundo conocimiento sobre historia y sobre la cultura china (dada su experiencia como cónsul en dicho país), Gaspar hace viajar a sus protagonistas desde el París de final de siglo hasta casi el principio de los tiempos, pasando por la batalla de Tetuán en 1860, la China del siglo III y los últimos días de Pompeya en un sinfín de peripecias y enredos en ocasiones delirantes y generalmente poco explotadas. Hay que reconocerle la experiencia en teatro y comedia pues algunos diálogos resultan divertidos y la aventura resulta casi constante sin dar lugar a demasiado respiro. Aun con todo, pesado es un adjetivo que le viene acertado por los muchos giros argumentales que acaban por no llevar a ningún sitio más allá de la dudosa diversión que ofrece en ocasiones. Una obra en definitiva interesante como curiosidad, aunque no tanto por su tratamiento, cuya lectura puede resultar entretenida (sólo por momentos) pero no imprescindible para un buen amante de la ciencia ficción. No al menos como la siguiente obra que leí.

  • Editorial: Minotauro
  • ISBN: 978-84-450-7565-4
  • Páginas: 208
  • Precio: 20€ (cartoné)

H.G. Wells - La Guerra de los Mundos


Recuerdo de mi más tierna infancia (entre los 4 y 5 años, sí mis padres me dejaron verla) escenas terribles que jamás olvidaré del visionado de la versión cinematográfica de 1953 de esta obra: las siluetas de los hombres carbonizados o el ojo/cámara que emplean los extraterrestres (entonces clara y únicamente marcianos) para inspeccionar el interior de la cabaña en la que se esconden los protagonistas del film. Recuerdo que cuando en el año 2005 fui a ver al cine la (magistral) adaptación de Spielberg la gente gritaba e incluso hubo niños llorando (probablemente por el ruido en ocasiones atronador). Pero no quiero hablar en esta ocasión de las adaptaciones de esta obra al cine (ambas nuevamente vistas durante este mismo puente festivo), ni quisiera hablar de si es o no ético dejar a los niños ver películas así a ciertas edades. Quisiera sólo hablar de mi impresión ante la lectura de la obra original escrita por Herbert George Wells en el año 1898, en una de las más prolíficas y brillantes épocas del autor, tras escribir La máquina del tiempo (1895), La isla del doctor Moreau (1896) y el El hombre invisible (1897).

La guerra de los mundos narra con todo lujo de detalle el desarrollo de una invasión marciana de la tierra, en cómo afectan los acontecimientos al protagonista (en primera persona) y sus logros por sobrevivir en su odisea a través de una inglaterra victoriana totalmente colapsada por los visitantes. Iremos descubrinedo junto a él cómo son estos misterioros visitantes y desde luego cómo se las gastan, al tiempo que Wells nos introduce, no sin cierta mordacidad, en la sociedad inglesa con cuya destrucción incluso parece disfrutar a ratos.

En un acto de desesperada diversión y empatía con el protagonista devoré este libro con ansiedad (en parte también supongo que por el despago con el de Gaspar). Me ha sobrecogido sobretodo la crudeza de la que hace gala el escritor, no solo en cuanto a las detalladas y a veces sórdidas descripciones de víctimas, entornos devastados (claramente identificados) y especialmente los invasores, si no también respecto al carácter frío, hipócrita y en ocasiones cruel de la sociedad que le era contemporánea y a la que era proclive a criticar. En esta obra hace especial incapié en rasgos tan marcadamente humanos como el egoismo, la intolerancia y la miseria de la que es capaz el hombre por sobrevivir en circunstancias extremas, hasta el punto casi del desprecio, lo que le lleva, en ocasiones, casi a defender la postura de los invasores, planteando la razonable duda de que el hombre merece este trato debido a su bochornosa y absoluta inferioridad tecnológica. Leí después en alguna parte que en la obra subyace con esto una crítica al colonialismo tan de moda en la Inglaterra de su época. Quiero suponer también que la cantidad de detalles geográficos (y su destrucción) a lo largo de la invasión, así como los momentos más duros, debieron resultar un tato estremecedores en su momento y que Wells era muy consciente de ello, con lo que parece moverse con comodidad en un terreno más cercano al terror que a la ciencia ficción.


Por cierto, aproveché ese largo periodo para releer también la estupenda segunda parte de la Liga de los Hombres Extraordinarios de Alan Moore y Kevin O´Neill, que no deja de ser otra nueva y original adaptación del libro de Wells en el que, además, se entrecruzan personajes de sus obras anteriores (el hombre invisible y el Dr Moreau) con la gracia que caracteriza al buenazo de Moore cuando está de buen humor. Moore, aquí, no solo refresca ciertas ideas si no que retoma la crítica social a la inglaterra victoriana que se perdía en las películas y la adaptación para radio de Orson Welles de la que aquí nada he dicho (hoy).

Y por último jactarme de la suerte que tuve de encontrar esta correcta (y ya desaparecida) edición de Seix Barral del año 1984 por el módico y ridículo precio de 2 euros en una tienda de segunda mano en Valencia, aunque no resulta mucho más cara en la actual edición de bolsillo de Planeta. Otras ediciones de la mano de Castalia, Edaf y Debolsillo.

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